La mayor parte del tiempo nos olvidamos que afuera de nuestro centro hay maldad, dolor, sufrimiento, llanto e injusticias; y no hacemos nada para evitarlo. Pero también sé que en nuestras fuerzas no podemos lograr absolutamente nada, pero si nos unimos podríamos impactar y cambiar la vida de muchas personas.
Cada semáforo está lleno de historias desgarradoras, de mucho dolor y sufrimiento. Si nos tomáramos el tiempo de sentarnos con cada persona que está allí, descubriríamos muchas memorias profundas y dolorosas. Pensar en eso me dejaba todo el día con el corazón acongojado. Pero hubo un momento en el que entendí que no estaba en mis manos, no solo en las mías. Yo hago lo que tengo que hacer, enviarles luz y orar por ellos; y soltar el control. Sé que puedo hacer más y si somos multitud los que actuamos, el río de ayuda y bendición se desbordaría.
Sé que en algún momento te has preguntado ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Dónde está Dios?
Él está allí y está aquí, en medio de nosotros, Sé que Él también llora y sufre por las injusticias al ver que muchos corazones están alejados de su amor y compasión; y lastiman a personas inocentes.
Sé que podemos hacer mucho más que quedarnos sentados orando por cada persona que pasa dificultades. Podemos dar un abrazo, una palabra de esperanza, de regalar un mercado, sonreírle a alguien, no sabemos si esa sonrisa le transforme la vida. Hay demasiadas personas solitarias, tristes, llenas de malos recuerdos como abusos, golpes, abandonos, maltrato. Es mucha la cantidad de personas que no tienen temor a Dios y actúan según sus fuerzas y sus circunstancias. Han atravesado tanto dolor que es lo único que conocen; por eso es lo único que tienen para dar.
En uno de los episodios de mi podcast AGracia2, mi invitada dijo algo muy cierto y hermoso: "Puedes ver a Dios en los ojos de tu esposo, pero también verlo en los ojos de quien te ha hecho daño". Él siempre está ahí, esperando que lo busquemos y pidamos su guía para salvarnos. Debemos pasar por momentos difíciles para poder distinguir entre lo bueno y lo malo, el dolor y la fortaleza, la tristeza y la alegría, entre el desespero y la plenitud. Sanar nuestro corazón es fundamental para no hacer daño a otros; por eso en la biblia encontramos el versículo que dice: "De la abundancia del corazón habla la boca". Pero también de lo que tenemos en nuestro corazón, sale nuestro actuar, nuestra manera de pensar, como nos movemos, que tanto hacemos y hacia donde nos dirigimos.
Justo anoche estaba en el carro con Andrés, mi esposo, y en un semáforo hay un joven que vende dulces, va por cada auto pidiendo que le compren algo de lo que vende; y en sus ojos veo una tristeza profunda. No lo conozco, no se como es su corazón, ni las razones del porque está en esas circunstancias, tampoco sé como se comporta en su casa, ni puedo descifrar si es buena o mala persona; pero veo en el los ojos de Dios, nace en mí compasión y unas ganas inmensas de ayudarlo. No compro dulces porque trato de no consumirlos. ¿Cómo lo puedo ayudar? Quizá eso también te lo preguntas tú. Si no compro dulces, si no tengo dinero para brindarle, ¿Cómo podría impactar su vida? Quizá hablando con el, preguntándole quién es, de donde es y que lo tiene allí. ¿Pero si es una mala persona y me lastima? Creo que es una pregunta que todos nos hacemos y el temor más grande que nos paraliza.
Quizá no quieres salir lastimado y por eso evitas actuar. No quieres volver a sentirte lastimado en una relación, por eso prefieres estar solo. No quieres que abusen de tu confianza y por eso ya no brindas ayuda y apoyo; quizá no quieres sentirte humillado y criticado, por eso no hablas en público ni expresas lo que sientes. Tenemos tanta parálisis por el miedo y aún así, el mundo sigue su rumbo, solo dando vueltas. Y Dios nos observa, esperando que cumplamos el propósito por el que estamos aquí:
"Amaos los unos a los otros". "Ama a tu prójimo como a ti mismo".
No hemos entendido la vida.
Alexandra Gómez Silva
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